Autonomía y coherencia
Quizá uno de los propósitos más principales que puede tener la educación hoy día sea contribuir a fomentar la conexión y coherencia interna de cada ser humano y, como consecuencia de ello, la capacidad para decir “no” cuando uno considere que es necesario negarse a hacer o decir algo que le suponga una incoherencia en su fuero interno.
Para ello se requieren dos condiciones.
Una, es la capacidad para escucharse a sí mismo.
Algo cada día más difícil en una sociedad en la que el silencio está casi proscrito. Para escuchar la voz interior, se requiere, como mínimo, silencio alrededor. En caso contrario, el ruido exterior ahoga la voz interior.
La otra condición es la fuerza interior para expresar el mensaje de esa voz.
Cosa nada fácil en una sociedad en la que la sumisión a la autoridad se filtra por todo el sistema de educación, entre otros.
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Tras el ejercicio de volea el entrenador pidió a los diez chicos que recogieran todas las pelotas azules en menos de dos minutos. Si no, tendrían que correr durante diez minutos dando vueltas a la pista.
Los chicos se lanzaron a recogerlas. No quedó ni una fuera del cesto. El entrenador les dijo que no habían cumplido. Mientras sacaba una pelota azul del cesto de pelotas verdes, indicó que faltaba una y les conminó a comenzar a correr.
Aquel chico de 14 años dijo que no estaba de acuerdo, que esa pelota no se veía, estaba en otra cesta y que ellos habían cumplido su exigencia. El entrenador les ordenó de nuevo que comenzaran a dar vueltas a la pista. El chico se negó. No le parecía justo, añadió. Los demás mantenían su silencio. El entrenador, ahora ciertamente alterado, amenazó al grupo con obligarles a correr el doble por culpa del chico. Los compañeros comenzaron a presionarle para que lo dejara ya, que no era para tanto. El chico se mantuvo firme en su decisión: no iba a correr; le parecía injusto. El entrenador, entonces, les obligó a caminar en cuclillas durante unos segundos.
En las semanas posteriores, el entrenador le humillaba públicamente, se burlaba de él, le criticaba injustamente y le señalaba con intervenciones desmotivadoras.
Era costumbre que, a quienes perdían los partidos, los demás compañeros les lanzara pelotas apuntando al trasero. En una ocasión, los dos entrenadores indicaron al resto de jugadores que le lanzaran la pelota solo hacia el chico. Los entrenadores lanzaban las pelotas contra él con mucha fuerza.
El chico comentaba estos incidentes a su padres, pero evitaba que la madre fuera a hablar con los responsables del club.
En una sesión posterior, mientras hacían estiramientos, el chico le preguntó a su mejor amigo del grupo: “¿Por qué me tiraron todas las pelotas a mi?” El amigo, visiblemente molesto, le respondió: “Porque eres un bocazas.” El entrenador se acercó: “¿Por qué estáis peleando?” El chico respondió: “No estamos pelando, estamos hablando. Además, no estaba hablando contigo.” El entrenador se ofendió y gritando replicó: “No me hables así. No me faltes al respeto.” El chico repuso con calma: “Te he hablado con respeto, pero te digo lo que pienso. De todas formas, te pido perdón si te ofendí.”
Después de ese incidente, el chico aceptó que su madre hablara con la directora del club. Cuando le describieron detalladamente lo que había ido sucediendo, la directora se mostró avergonzada y le propuso al chico dar clases particulares con ella. Cuando la madre nos contó esta historia, comentó: “Parece que tiene herramientas.”