Caperucita para adultos
Todos los cuentos clásicos infantiles tienen un significado simbólico, arquetípico. En el caso de “Caperucita roja y el lobo feroz” la lectura es sencilla: no conviene hablar con desconocidos, no conviene desviarse del camino porque las consecuencias pueden ser trágicas. Sobre todo teniendo en cuenta que, en la primera versión escrita del cuento por Charles Perrrault en el siglo XVII, el lobo no sólo engulle a la abuelita, sino también a la propia Caperucita y no hay leñador alguno que acuda a salvarlas.
Y ésta es una interpretación muy adecuada para que cualquier niño la escuche.
Pero quizá para las personas adultas podría hacerse otra lectura, dado que ya disponen de mayor criterio, su inocencia está matizada y no son tan ingenuas.
El lobo ha sido investido tradicionalmente en las sociedades rurales y agrícolas con el estigma de enemigo, dañino, odiado; el lobo que atacaba en el silencio de la noche los rebaños de ovejas que con tanta dedicación aún se crían de manera extensiva en los pueblos.
Pero el lobo también representa arquetípicamente “el acecho, la protección y la invisibilidad”. Su sabiduría es “el espíritu de enseñanza, perseguir y alcanzar objetivos y el instinto unido a la inteligencia (…) Como animal de poder el lobo elige guiar a las almas cuya principal tarea de vida consiste en guiar a otras personas hacia la elevación moral o espiritual que más tarde se manifestará en acciones y objetivos importantes.” (1)
De modo que cuando una Caperucita adulta, madura, quizá ya madre, sale al sendero de la vida acompañando a su hijo quien a cada tanto intenta salir del camino y explorar los márgenes del bosque. En un momento se produce en encuentro con el lobo, que podría también interpretarse como el encuentro con ese maestro que -estando siempre presente pero siempre ignorado, prácticamente nunca acertamos a vislumbrar. Quizá el lobo -para esta madre adulta- pueda representar la voz de la conciencia, el instinto materno ligado a su inteligencia natural, la guía interior que -con la astucia que otorga la sabiduría- le aconseja que para acompañar a su hijo en el camino de la educación para la vida, le escuche y pruebe a abandonar el camino institucionalizado, ése que todos recorren, del que nadie se desvía, el más fácil de seguir, el que no requiere pensar, plantearse, cuestionar o decidir, el que solo requiere obedecer pasivamente y, así, se atreva a penetrar en las ignotas profundidades del bosque.
Un bosque, por otra parte, intrincado, pleno de una espesura que ha de aclararse para poder avanzar, que obliga a rodeos; un bosque que no siempre permite orientarse bien pues la frondosidad es tal que, en no pocas ocasiones, se llegan a perder las referencias. Pero, precisamente por ello, el bosque fuerza a otorgar plena atención a cada paso, a todos detalles; obliga a tomar decisiones enteramente conscientes, dado que solo uno es responsable de ellas. A cruzar el bosque otras madres también se han aventurado: Caperucita lo sabe. Ha escuchado sus historias. Muchas de las dificultades que le van sucediendo, las conoce por otras madres que compartieron previamente sus historias.
Durante el trayecto, en ocasiones se detiene un momento en un claro para recuperar el aliento y observa cómo su hijo está atento a todos los sonidos del bosque, cómo explora la hojarasca o sonríe al ver un nido. Y siente que el inexistente trayecto del bosque que están creando juntos por vez primera resulta maravilloso, a pesar de las dificultades, por la íntima conexión, la apabullante sensación de lógica y sentido común que le invade, por ser el propio acto de atravesar el bosque un acto de consciencia en sí mismo. Y todo ello, a pesar de haber abandonado la inmensa mayoría de las seguridades que la polvorienta y desgastada senda le proporcionaba.
Atravesar el bosque es arduo, pero proporcionalmente hermoso. Es único, pues aún cuando otros lo han recorrido, tu camino es sólo tuyo, es único. Al transitarlo no puedes eludir la responsabilidad personal de tomar cada una de las decisiones para avanzar . Algunas de las referencias de otras personas te sirven, pero no son recetas, no son mecánicas; otras descubres que, aunque tienen sentido, no valen para tu caso. En ocasiones, cuando te sientes perdida, deseas volver al polvoriento camino que te permite criar y educar abandonando esa responsabilidad para formar parte de ese rebaño que, simplemente, se deja llevar. Pero decides continuar.
Al cruzar el bosque es crucial estar atenta a tus puntos ciegos que, precisamente, son tus mejores guías, pues el camino de acompañar en la vida a tu hijo a través del bosque es una opción que te transforma como persona.
Hace tiempo encontramos nuestro lobo interior y escuchamos atentamente su consejo. Después, lo valoramos, lo contrastamos con el corazón y decidimos. Casi sin darnos cuenta, pequeño acto a pequeño acto, nos fuimos desviando de la ruta predeterminada, ingresamos en la complejidad del bosque, aprendimos a manejarnos con la frondosidad y el espino, avanzando mientras tratábamos de seguir el rumbo anclado en el corazón, a quien procurábamos escuchar deteniéndonos a cada tanto.
Y tenemos buenas noticias.
Nada es perfecto. Todo tiene su contrapartida. Pero decidir abandonar la cuneta y abordar la aventura del bosque no solo nos transforma. En el trayecto creces como persona y contribuyes a que otros, también tus hijos, maduren en toda su complejidad como seres humanos.
Pero, recuerda, solo hay referencias. No hay receta alguna que valga para la aventura singular de la crianza y la educación que se sale del camino.
(1) Malpica, K. (2011) El juego de los animales de poder, Obelisco, Barcelona, p. 231
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