Incompatible
En cuántas ocasiones hacemos las cosas porque sí, porque todo el mundo así lo hace, porque el contexto social así lo marca. Si vamos por la vida sin más, acabamos haciendo lo que todos (o, con más precisión, la inmensa mayoría). Si vamos por la vida con propósito, con alma, con corazón, con apertura, con curiosidad, con conexión, escuchando la voz interior, pues entonces igual se abre la oportunidad y nos atrevemos a probar la textura de la coherencia.
¿Por qué escuchar a una médica que acompaña moribundos, alguien que investiga qué sucede en el último momento? ¿Qué puede aportar esa información a las personas que viven cerca de niñas, niños o jóvenes? ¿Qué relación puede tener lo que pueda compartir con el proceso de desarrollo, aprendizaje y maduración?
Educamos como educamos porque suponemos que la información y el conocimiento que hemos alcanzado son ciertos. Con el tiempo el conocimiento se va asentando hasta que se fija y acaba convirtiéndose en dogma. A partir de tal momento, es extremadamente complejo superarlo.
Si miramos nuestro sistema de educación vemos que está organizado para el alimento de la función cognitiva (si bien, en una gran cantidad de ocasiones ese alimento es más un ultraprocesado que un alimento natural); al fin y al cabo nuestras “funciones cognitivas superiores” son el rasgo principal que nos distingue del resto de seres vivos.
La ciencia nos dice que el cerebro es el órgano crucial en el procesamiento de información perceptiva, en la formación de conceptos, en el establecimiento de vínculos y correlaciones, en la generalización, categorización, extrapolación, etc… Hoy día el cerebro es la piedra angular en los avances hacia el descubrimiento de cómo aprendemos. Queremos que los niños aprendan mejor y, para ello, investigamos cómo funciona el cerebro. Y así, podemos practicar una educación basada en la evidencia científica que nos ayude a optimizar el proceso de aprendizaje.
A través de ese camino hemos pasado de la memorización al aprendizaje competencial, de la clase magistral a la educación basada en proyectos, de la enseñanza pasivizante al aprendizaje activo. Todos ellos son logros valiosos.
Pero…
Pero todos estos avances están sustentados en una base, una tesis fundacional: el cerebro es el productor de la consciencia, esto es, el cerebro es el productor “de la experiencia de sí, de la realidad circundante y de sus relaciones con ella”. Por tanto, también es el productor de las percepciones y, consecuentemente, es el factor focal del aprendizaje.
¿Y si…?
¿Y si esto no fuera así? ¿Y si resultara que el cerebro no es el productor de la conciencia, sino un mero transmisor de información, como un receptor de radio que no contiene dentro de sí las palabras o la música, sino que solo las descodifica?
Esto es lo que nos explica la Dra. Luján Comas. Los descubrimientos que nos detalla a través del estudio tanto de casos particulares como de grandes grupos basados en la aplicación rigurosa del método científico son -afirma con inequívoca rotundidad- “totalmente incompatibles con todo lo que hemos estudiado”: percepciones multisensoriales sin actividad cerebral, curación de linfomas sin proceso médico, conocimiento no local,…. Aún más, la Dra. Comas afirma: “todo es educable”.
¿Tiene todo lo anterior consecuencias para nuestra manera de entender al ser humano: a tu niño, a tu hija, a tu estudiante? Categóricamente. Sin duda. Las tiene. Y son, vislumbramos, consecuencias de largo, muy largo alcance. Tanto en relación al qué aprender como al cómo aprenderlo (véase, como ejemplo paradigmático, la visión extra-ocular).
En el último momento de sus vidas, nos dice la Dra. Comas, las personas manifiestan su pesar por no haber vivido siendo “ellas mismas”. A nuestro juicio, ése el más importante propósito educativo: descubrir quién soy (y actuar en consecuencia). Pero estamos muy lejos de ello porque, en realidad, a través de la escolarización, no proveemos de educación a nuestros niños, sino de una mera e intranscendente instrucción que “solo debe proporcionar contenidos e información”, según escuchábamos recientemente a una prestigiosa profesora y jurista. Sin embargo, la educación, como hemos referido en anteriores ocasiones, es algo que se vincula con la integridad total del ser humano, no solo con una o dos de las múltiples dimensiones que lo constituyen.
Descubrimos al doctor Jacobo Grinberg gracias al documental “El misterio del Dr. Grinberg”, dirigido por Ida Cuéllar. Grinberg, psicofisiólogo investigador de la conciencia y de los límites del potencial humano, detalla en las últimas páginas de su obra “La conquista del templo” lo siguiente:
“Cuando nace un bebé, los padres del mismo y la sociedad se encargan de fijar la posición de su realidad (…) Para ello, utilizan su propia fijeza como modelo. La estructura social, el esquema escolar y los valores de la colectividad logran que el infante estructure un mundo y lo estabilice hasta identificarse con él. A partir de ese momento, la posibilidad de experimentar otras realidades se restringe y acaba por bloquearse. Es un mecanismo ideado para mantener la estructura social imperante e impedir su desmembramiento. Se paga con estabilidad el precio, muchas veces infame, de negar la creatividad o la exploración de posibilidades distintas de experiencias. Debe ocurrir algún gran acontecimiento que ponga en entredicho la posición fija de la realidad para que ésta acceda a transformarse. Este acontecimiento, para ser efectivo, debe ser capaz de romper todas sus defensas para permitir el movimiento y con él la vivencia de una realidad más rica y satisfactoria que la que se consideraba como única”.
(Sugerimos volver a leer el párrafo anterior después de escuchar a la Dra. Comas.)
Es por eso que personas que han vivido cierto tipo de experiencias rupturistas, aunque no solo ellas, se atreven en una proporción significativamente mayor a desafiar los dogmas sociales y probar nuevos caminos, a investigar campos fuera de los límites, a hablar de ello sin temor al rechazo o la exclusión social o a descubrir y desarrollar capacidades que ni podían imaginar poseer a pesar de que forman parte, a la luz de los acontecimientos, de nuestra naturaleza humana.
¿Somos conscientes del poder que tenemos como madres, padres, maestras o profesores para limitar -casi siempre con buenas intenciones- las potencialidades para experimentar la realidad de los seres humanos en desarrollo con los que convivimos a diario? ¿Qué hemos de hacer con ese poder?
¿Lo que todos? ¿Lo que toca?
La otra opción es preguntarnos qué acción logra sintonizar con nuestra coherencia interna en cada momento.
Ofrecemos acompañamiento y asesoría organizacional y pedagógica tanto para equipos educativos como para profesionales individuales, así como acompañamiento familiar y mentorías para jóvenes.
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