Una buena vida
¿Qué buscas como prioridad en la educación de tus hijos?
Posiblemente habría unánime acuerdo si respondiéramos a esta pregunta afirmando que una buena educación debería contribuir al logro de “una buena vida.”
La cuestión clave en este punto sería acordar en qué consiste una buena vida. Todos incluiríamos una buena salud. También satisfacer las propias necesidades materiales (signifique aquí el término “necesidad” lo que signifique para cada persona).
La inmensa mayoría de las personas busca en la educación el desarrollo de conocimientos y destrezas -mayoritariamente cognitivas- que permitan a sus hijos el desenvolvimiento en el mundo adulto; especialmente en el ámbito laboral, puesto que, en la sociedad en la que vivimos, del dinero que se obtiene a través del trabajo depende la supervivencia material. De ahí que las evaluaciones educativas intenten medir y valorar -sobre todo- “cuánto” saben los estudiantes.
La buena vida es compleja: tiene alegrías y tragedias, tiene amor y dolor. Pero ninguno de nosotros puede conocer ni tener control sobre las circunstancias que nos sucederán en el futuro. Están fuera de nuestro campo de acción.
El estudio Harvard de desarrollo de adultos es probablemente el mayor estudio longitudinal jamás realizado: se inició hace más de 8 décadas, en 1938, ha entrevistado regularmente a más de 2.000 participantes de 4 generaciones distintas.1
Sus resultados son corroborados también por otros estudios longitudinales análogos que implican a decenas de miles de personas en todo el mundo.
La conclusión más relevante de los investigadores de este estudio durante este larguísimo periodo de tiempo es que “hay un factor crucial que ha destacado por su consistencia y por el poder de sus vínculos con la salud física, la salud mental y la longevidad.”2
Este factor no es el dinero, ni la fama, ni un trabajo de alta cualificación o socialmente reconocido o excelentemente remunerado; ni siquiera que te dediques a lo te gusta o te apasiona. No. Los autores de este estudio científico afirman que:
“si tuviéramos que reducir los ochenta y cuatro años del estudio a un único principio (…) sería que las buenas relaciones nos mantienen sanos y felices. Punto.”3
“Y nos ayudan a vivir más tiempo. Esto es cierto a lo largo de toda la vida, en todas las culturas y contextos, lo que significa que es casi seguro para ti y para todos los seres humanos que han existido.”4
Se trata de la calidad de la relaciones. El estudio muestra que la calidad de las relaciones es el mejor factor predictivo de la salud física y mental, así como de la longevidad.
Si extrapolamos estos resultados a la educación, ésta debería hacer un hueco -y no pequeño- entre sus prioridades centrales a contribuir a que los seres humanos en desarrollo mejoren su capacidad de relacionarse, aprendan a ser conscientes de sí mismos, identifiquen y gestionen sus emociones y pulan las habilidades relacionales.
Cuando eso sucede, la investigación sugiere que “de manera transversal, en todas las edades, razas, géneros y clase social se producen más comportamientos positivos con los compañeros, mejor rendimiento académico, menos problemas de conducta, menor consumo de drogas y menor angustia emocional.”5
Esto es especialmente importante en “un contexto de unas tecnologías en rápida evolución que afectan [no solo] a cómo nos comunicamos y a cómo desarrollamos nuestras habilidades relacionales,”6 sino -como estamos viendo con el exponencial desarrollo del cálculo algorítmico (mal llamado inteligencia artificial)- a la propia definición del ser humano.
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Tras décadas de práctica de un enfoque educativo basado en el respeto por la singularidad de cada ser humano, por los otros seres humanos y por el mundo más allá de lo humano, a la búsqueda de un desarrollo equilibrado entre las dimensiones cognitiva, social y ecológica, hemos observado que una inmensa mayoría de las personas que participan o han participado en la experiencia de ojo de agua valoran de forma muy significativa las relaciones humanas que han establecido.
Unas, porque han establecido amistades “para toda la vida”; otras, porque han hecho “amigos de verdad” (alguien con quien siempre puedes contar para que te acompañe o te ayude cuando lo necesitas); otras, porque se han dado cuenta, por contraste, de que las relaciones que establecieron en ojo de agua eran “sinceras” e, incluso, porque “aquí, me he sentido como en mi casa” (es decir, seguro y aceptado incondicionalmente).7
En un contexto de gran incertidumbre, con un futuro totalmente abierto y donde no sabemos ni podemos tener control sobre los sucesos que marcarán nuestras vidas, hay un hecho claro que deriva de esta investigación: ser capaz de establecer relaciones verdaderas, sinceras y duraderas es la manera más eficaz de acercarnos a disfrutar de “una buena vida”. Las matemáticas, la lengua o el inglés, por poner los ejemplos más paradigmáticos, son herramientas muy poderosas y útiles para la vida y, por eso, no debemos desdeñarlas; tampoco sobrevalorarlas.
A decir de las personas que han participado en este estudio y se acercaban al final de su vida (desde esa etapa en que se piensa: "¡qué corta la vida!”) y, por tanto, tienen perspectiva para valorar lo que es verdaderamente importante porque a esa edad suelen ser emocionalmente más sabios, “tanto hombres como mujeres, se arrepienten de haber dedicado poco tiempo a haber actuado de forma que se sintieran vivos.”8
No, no era una pregunta retórica: ¿qué buscas como prioridad en la educación de tus hijos?
Referencias:
1 https://www.lifespanresearch.org
2 Waldinger, R. y Schulz, M. (2023) Una buena vida. El mayor estudio mundial para responder a la pregunta más importante de todas: ¿qué nos hace felices?, Planeta, Barcelona, p. 22
3 Waldinger, R. y Schulz, M., op. cit., p.338
4 “Robert Waldinger: ¿Qué constituye una buena vida? Lecciones del mayor estudio sobre la felicidad.”
5 Waldinger, R. y Schulz, M., op. cit., p. 340
6 Waldinger, R. y Schulz, M., op. cit., p. 339
7 Comunicaciones personales.
8 Waldinger, R. y Schulz, M., op. cit., p.101